POR CARLOS CAMPOS
Me encontré a mí mismo un día frío de septiembre buscando el calor del sol en todos los rincones de mi casa.
Desde hace algunos años persigo ese cuadrito de luz que se forma en el piso por los pasillos, como remedio para la depresión estacional que se asoma a mi ventana cuando llega el otoño.
Es curioso recordar cómo, semanas después, un sábado mientras me disponía a tomar mi almuerzo al aire libre en uno de los grandes parques de la Ciudad de México, los rayos solares me ahuyentaron a refugiarme bajo la sombra de un fresno.
Al percatarme de mi gesto descubrí una contradicción invitándome a reflexionar sobre mi búsqueda de la felicidad, y aquello que nos revela acerca de nuestra psicología:
Es natural que busquemos condiciones agradables para estar, incluso si estas son distintas de nuestra costumbre. En ocasiones repetimos ciertos hábitos que nos suelen hacer sentir bien, pero eso no implica que siempre tendremos las mismas necesidades.
Por ejemplo, cuando el cielo amanece gris, noto mi estado de ánimo verse severamente afectado si me quedo en casa. Al mismo tiempo, en ocasiones exponerme a altas temperaturas en el exterior también entorpece mis planes.
Acciones que generalmente ayudan a centrarnos a veces pueden resultar contraproducentes según el contexto en que las ejecutamos.
Debido a esto, contar con una variedad de herramientas puede fortalecer nuestra resiliencia frente a las dificultades de la vida cuando se presentan, sobre todo si las estrategias que acostumbramos usar se han vuelto poco efectivas.
La técnica del escáner es una alternativa útil para estos bloqueos. Consiste en hacer una pausa al experimentar un sentimiento de incomodidad o desagrado.
Enseguida, se revisan puntos de información a lo largo de nuestro sistema: temperatura, hambre, sed, cansancio, tedio, enojo, frustración, o ansiedad.
¿En qué parte del cuerpo lo estoy sintiendo? ¿Cuál es el mensaje está intentando transmitirme esta sensación?
En algunos casos, suprimimos una necesidad cuando hemos aprendido que esta nos vuelve egoístas o demandantes. El problema fundamental con esta creencia limitante es que censura nuestra propia voz interior, impidiendo que la escuchemos con claridad.
Frecuentemente he escuchado que vivimos en un estado permanente de insatisfacción como si de algo malo se tratara. Personas a mi alrededor aseguraban que lo correcto sería agradecer todo estado, sin importar sus afectaciones hacia mi equilibrio interior.
Sin embargo, yo sentía que la gratitud se manifestaba en mí solo cuando realmente estaba conectada con mis valores más auténticos. Yo no podía obligarme a apreciar situaciones que eran desfavorables para mí.
Las emociones me mostraban aquello que existía dentro de mí, independientemente del ruido exterior que venía de los otros. Son una señal que busca hacernos saber algo esencial para nuestra supervivencia. Carecen de moral: no son buenas ni malas en sí mismas, pero nosotros somos responsables de qué hacemos con ellas cuando llegan.
Conectar con mis emociones me permitió acercarme a satisfacer mis propios requerimientos físicos y emocionales, con lo cual creció mi independencia y mi capacidad de hacer frente a las adversidades.
Ahora conozco los ambientes que me proporcionan seguridad y paz. La mayoría se trata de lugares en donde me siento apreciado y mi cuerpo está en calma.
Te invito a explorar cuáles son estos espacios para ti: tu casa, algún restaurante o café acogedor, un parque, el trabajo que realizas, tus amigos y familiares, quizá tomas sesiones de terapia psicológica, disfrutas de algún hobby o actividad recreativa.
La respuesta es sumamente personal y varía dependiendo de cada estilo de vida. Tener consciencia de estos entornos individuales de confort y felicidad contribuyen a generar en nosotros una mayor confianza de que podremos acudir a ellos si así lo deseamos.
Una diversidad de opciones nos permite construir una red de apoyo en la que somos libres de la dependencia absoluta hacia solo una fuente de bienestar.
Así, gozamos de mayores oportunidades para disfrutar de conexiones genuinas y enriquecedoras con los demás y con nosotros mismos, creando en nuestra vida las condiciones óptimas para vivir en tranquilidad y armonía.